domingo, 21 de febrero de 2010

Apio Verde Tu Yú


"¡Hoy es mi cumpleaños!", canturrea frente a la caja del McDonald’s un chico. La cajera lo felicita y le regala una vincha-corona y un cupón para un cono gratis. La madre suspira, entre orgullosa y exasperada, y se lo lleva a la mesa. Por el camino, él le cuenta a medio mundo que es su cumpleaños. En cada oportunidad, espera a que lo saluden y agradece formalmente, a pesar de que le chispean los ojos.
“Hoy es mi cumpleaños”, solía recitar junto a la caja del McDonald’s otro chico, justo en el momento en que uno iba a pagar. Había perfeccionado tanto el timing, el tono y la mirada que rara vez se iba sin un vuelto, o algo para comer o tomar. Si no funcionaba, esperaba a alguien más y le preguntaba si le alcanzaría para una hamburguesa con lo que llevaba ahorrado, y mostraba un billete de dos pesos arrugado y unas monedas sueltas. Y en ambos casos, sonreía, siempre. Eso y el pantalón roto eran infalibles.
Yo le decía Cumpleaños, obviamente. Cuando me abordó por segunda vez en menos de un mes le advertí que, si seguía cumpliendo así, iba a llegar a los ochenta antes de fin de año; se rió muchísimo. Una tarde merendamos charlando sobre Ben 10; eso no lo volví a hacer, porque todos nos miraban y se lo notaba incómodo. Parece que hay mucha gente a la que le encanta ver comer a los pobres (por eso se filman tantos documentales sobre el tema) pero creo que los prefieren comiendo en su ambiente, o al menos entre los suyos; mezclados con el entorno cotidiano del espectador, les llama mucho la atención. Otro día lo vi escabullirse del tipo de seguridad corriendo a toda velocidad en cuclillas; fue asombroso, como ver volar a los trapecistas.
El chico de la coronita termina sus patitas de pollo y se va a buscar el conito con su cupón, mientras la madre le grita que no vaya a tirarlo al suelo y que deje de molestar a la gente con lo del cumpleaños. Yo, que acabo de acercarme a pedir un café, le digo que hace bien en avisar, así lo felicitan más, que yo hice lo mismo el mes pasado, y le pregunto cuántos cumple. “Ocho”, me dice, “¿y vos?”. Muy seria, le contesto que dieciocho. Me mira fijo y nos matamos de risa. No tira el helado al suelo pero se mancha la remera. Mea culpa. Me alejo antes de que la madre me rete.
Hace un montón que no lo veo a Cumpleaños. La última ocasión en que lo recuerdo le estaba haciendo una finta a un viejo que le amagó una caricia brusca o un coscorrón débil, no sé a cuento de qué, siendo que Cumpleaños pasaba sin mirarlo. Muchos habitués ya lo reconocían de vista. La rutina se le estaba haciendo vieja y a veces se ponía pesado. Tal vez acabó por hartarse de cumplir años todos los días. Supongo que ya no le da la edad para esos trotes.

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