domingo, 14 de febrero de 2010

Una de héroes


“Nene, realmente sos hartante”, le digo por sobre el hombro derecho al comentarista fílmico amateur que se sentó justo atrás de mi butaca y no deja de zumbar sobre la banda de sonido de la película.
“Eh, doña”
, contesta el dandy, “si sigue protestando se va a morir sola…”.
He sido bendecida y maldecida con el don de la respuesta espontánea (aunque no siempre muy culta), y le suelto que él se va a morir acompañado, pero boludo. Estoy a punto de agregar, porque me resulta muy difícil frenar la motoboca una vez que le doy arranque, que por suerte hay bares para solos y solas, pero no para boludos como él… antes de advertir instantáneamente que es un craso error, que cualquier bar lo aceptaría con gusto.
No tengo ocasión de pensar un mejor remate, sin embargo, ya que la primera frase surte efecto. Debe tener unos dieciocho, y probablemente el pobre no está acostumbrado a que una gordita cuarentona que podría ser su madre le diga boludo en tono de contralto, en medio de un cine lleno, frente a la chica a la que intentaba impresionar con sus agudezas, así que se queda callado. Igual, no creo que fuera por buen camino, porque la piba me sonríe con disimulo. Entonces, sin poder evitarlo, le digo a ella: “¿Vos lo vas a acompañar a morirse? Lo siento tanto…”, y el flaco no aguanta y me pide a mí que me calle y mire la película. Me río, victoriosa, me doy vuelta, y vuelve a reinar el imponente sonido envolvente del cine. Intuyo que la dama y medio público me están agradecidos por la subsiguiente mudez del caballero.
Otro de los regalos que me dado la madre Naturaleza han sido los canales alternativos de pensamiento. Mientras la mayoría de ellos disfruta la película con deleite y otro se regodea en el silencio del área posterior a mi oreja derecha, un caminito de tierra estrecho y sinuoso se interna en los vericuetos de una reflexión intrascendente: ¿por qué será que la inocente palabrita “solo, sola” para este chico es una maldición y para mí un buen presagio? Antes de que consiga dilucidarlo, una vocecita tímida interrumpe mis cavilaciones fatuas. Mi amiga, que ha soportado la escenita con estoicismo, me ofrece cambiarnos de asiento. “¡Jamás!”, respondo, indignada.
Y es en ese momento cuando descifro el intríngulis: ¡soy una heroína! Por eso la soledad no me asusta como al villano parlanchín. Por eso no pude ignorar su afrenta. Por eso no quiero moverme. Es que nosotros, los héroes y las heroínas, somos seres solitarios, no toleramos el mal, y nunca, nunca, nunca abandonamos nuestro puesto de batalla. Especialmente, si hemos salido triunfantes.
La banda sonora estalla, en un frenesí de trompetas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...
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Karina Beatriz Godoy dijo...

DOY FE , FUI TESTIGO...

Mariel, el Áspid dijo...

Kary... las heroínas, unidas, jamás serán detenidas... :P
Además, a estas alturas, somos inimputables, ¿no?

Unknown dijo...

Mariel, tu relato me dejó helado con la primera frase: "Nene, realmente sos hartante". Pensé que era una anécdota sobre mí... Menos mal que era otro, el hartante.