miércoles, 14 de abril de 2010

Negro temblor


“¿Sabés quién te habla?” Son las cinco de la mañana. No sé quién me habla. Ni siquiera sé aún que son las cinco de la mañana. Sólo sé que el teléfono sonó y atendí, y que tal vez haya algún problema. Trato de decir no; cuesta, con los labios pegados.
“Te habla tu primo”, me dice el teléfono. La voz se me hace conocida. Claro, porque es mi primo. Pienso: se murió mi tía. Un segundo después me acuerdo: mi tía murió hace dos años. Y no era la madre de este primo, éste es… si me diera diez minutos y un café me acordaría. Para ganar tiempo, digo hola.
“¿No sabés lo que pasó?” Me estoy asustando. Digo no, de nuevo. ¿Por qué me salen tan pocas palabras? Un no, un hola y otro no. Tres palabritas. Miro el reloj: las cinco. Por eso la pobreza de vocabulario. Repito: no. Agrego: no sé. Pregunto: ¿qué? Cuatro más. Bravo.
“Pero…” –pausa dramática, por suerte breve, porque no estoy respirando– “¿no hablaste con el tío?” Ahí sí suelto todo el aire. El tío de mi primo es mi papá, y pasó algo. “Negra, ¿hablaste con el tío?”, vuelve a preguntar, y lo reconozco. Yo soy la Negra. Él es el Negro.
“Negro, ¿sos vos? Hablé con papá anoche. ¿Qué pasa? ¿Qué pasó?” Ahora salen todas juntas, las palabras. Mis pensamientos se persiguen la cola: no puede ser que le pase algo grave a mi papá que yo no sepa y él sí, o que mi papá no me haya dicho que le pasó algo grave a él, pero tiene que pasar algo grave porque me llama a esta hora y me pregunta por mi papá…
“¿En serio no sabés nada?”, repite, y estoy a punto de gritarle cuando explica: “¡Hubo un terremoto a las tres en Chile!” Terremoto, pienso. Tres, pienso. Chile, pienso. Intento respirar rítmicamente, acompasar mi corazón. Terremoto, inspiro. Tres, espiro. Chile, inspiro. Papá, espiro.
En la siguiente media hora, intento hacerle entender que estamos en Córdoba, Argentina, no en Chile. Que aprecio que se preocupe por nosotros, pero que eso no justifica que intente matarme de un infarto. Que no puedo llamar a mi viejo para ver si está bien, porque lo voy a matar a él de un infarto. Que tampoco puedo llamar a los vecinos de mi viejo, porque los voy a matar a ellos de un infarto. Que avisar de un terremoto dos horas después del terremoto es fútil. Que lo que hubiera pasado ya pasó, y podía enterarse igual a las cinco, a las diez o el día del velorio. Que lo quiero mucho. Que le mando un beso. Que se vaya a dormir.
Doy vueltas en la cama dos horas, gruñendo. Me tomo una pastilla y duermo, mal, otras dos. Me despierto, aguanto otra hora y llamo a papá, que roncó como un bendito toda la noche y acaba de oír lo de Chile por la radio. Le pido que lo llame al Negro, para agradecerle y pedirle, rogarle, ordenarle que por favor, por favor, por favor, no lo vuelva a hacer. Nunca. So pena de castración no química.
Después (como dos días después, francamente) deduzco que lo que el Negro quería, en realidad, era aprovechar el temblor para hablar del Apocalipsis, su tema favorito. Lo que aún no comprendo es por qué a las cinco. Hasta los Heraldos del Juicio Final deberían ser más considerados.

2 comentarios:

Rodrigo dijo...

Alguna vez, mi viejo me recibió con la cara desencajada por el dolor. La angustia que teñía su voz me puso en vilo cuando me preguntó:

- ¿Sabés quién se murió? -

Aterrado, mudo, lo interrogué con la mirada. Y bajando la vista me informó:

- El Cuchi Leguizamón -

Nunca se la perdoné. Pero al menos, al año siguiente se la pude devolver gracias al bueno de George Harrison.

Mariel, el Áspid dijo...

Roy, definitivamente, estamos emparentados.

Conversación inversa con MI viejo:

PAPÁ: Che, ¿cómo se llama el coso ese que escribe que te gusta a vos?
YO: ¿Cuál de ellos?
P: Uno que escribe de terror.
Y: Ah, ¿Stephen King?
P: Creo que sí, uno que sacó un libro hace poco.
Y: Sí, Stephen King, mi favorito.
P: ¿Los tenés a los libros?
Y: Tengo TODOS, pero el último todavía no, ¿por?
P: Para regalártelo cuando pueda.
Y: ¡Buenísimo! ¡Gracias, papaparruchino! (no comments, please)
P: De nada, m'hija. Ah, el coso ése, creo que se murió ayer.
Y: ... ... ...

Sobreviví. Stephen King también. Vos también.
La gente es más resistente de lo que parece.